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El motín de los Gatos o motín de Oropesa fue un disturbio que estalló en Madrid el 28 de abril de 1699, siguiendo las clásicas pautas de los motines de subsistencia del Antiguo Régimen, como respuesta a la carestía de alimentos, sobre todo del pan, en la época del año en que justamente el trigo era más caro: antes de la cosecha y cuando se estaban agotando las reservas del año anterior.
Los disturbios, en los que la multitud exasperada comprometía gravemente el orden, sólo se calmaron con la intervención del propio rey Carlos II que llegó a dirigirse a la muchedumbre congregada ante palacio, tras lo que los ánimos se calmaron.
Las consecuencias posteriores fueron aprovechadas políticamente en el contexto de los debates por el testamento cambiante del rey (apodado El Hechizado por la historiografía francesa), y que se venían dando con anterioridad al motín. Los partidarios de la sucesión francesa en la persona de Felipe de Anjou, de la casa de Borbón, entre los que destacaba el cardenal Portocarrero, consiguieron apartar del poder a los partidarios de la sucesión austríaca en la persona de Carlos de Habsburgo, de la casa de Habsburgo, apoyados por la reina Mariana de Neoburgo, segunda esposa del rey.
La principal víctima fue la persona que ejercía las funciones del valido: Manuel Joaquín Álvarez de Toledo Portugal y Pimentel, VIII conde de Oropesa, austracista, que tras un periodo de apartamiento había vuelto al poder el año anterior en medio de una campaña de descrédito en pasquines y libelos e incluso alguna obra de teatro como El esclavo en grillos de oro, de Francisco Bances Candamo. Fue reemplazado por el cardenal Portocarrero, destacado personaje del partido opuesto borbónico.
También fue depuesto el corregidor de Madrid, Francisco de Vargas Lezama, siendo sustituido por Francisco Ronquillo, otro miembro del partido opositor borbónico, que durante los disturbios había actuado como intermediario de las reclamaciones de la multitud, y reclamado y vitoreado por ésta.
Las consecuencias para los amotinados fueron nulas, pues apenas hubo castigos, pero como señala Teófanes Egido (1980):
Pero no solo un cambio de gobierno, también un cambio de heredero y de dinastía.[4]
Muerto Carlos II de España al año siguiente, Felipe de Anjou fue coronado como el rey Felipe V de España y se inició la guerra de Sucesión española.[nota 1]